Aquel día despertó muy temprano, normalmente siempre lo hacía antes que él. Lo primero que hizo fue atisbar a través del respiradero de la tienda de campaña. Estaba nublado.
Abrió la cremallera intentando no hacer ruido, y se deslizó descalza sobre la yerba. Aún faltaba un rato para que el sol asomase sobre el acantilado más oriental de la playa.
Se soltó el pelo, buscó el Ipod en su pequeña mochila y seleccionó esa canción que últimamente le gustaba tanto. La puso en modo "repeat" aunque pensó que quizá no tuviera tiempo para escucharla una sola vez completa.
Subió el volumen a tope y vio como la mañana se desplegaba al ritmo de los místicos arpegios.
Recorrió el estrecho sendero que unía el camping con la playa. Llegó a la arena y la sintió fresca entre los dedos de los pies. A media mañana ya sería abrasadoramente insoportable.
La marea estaba bajando.
Cruzó la frontera que separa las arenas perpetuamente secas de las que habían sido bañadas por la pleamar durante la noche. El contacto húmedo la hizo estremecerse.
Corría algo de brisa. No había un alma. De todas maneras hoy no sería un buen día de playa.
Sin ningún ritual pero sin prisa, se quitó el pantalón corto de dormir y la tenue camiseta de tirantes. Finalmente, con dos ligeros tirones, se deshizo de los auriculares del Ipod y por primera vez, le alcanzó el inmisericorde rugido del mar como un puñetazo en la mandíbula.
Flaqueó por un instante y se sintió muy pequeña frente al mar. De pie, desnuda, como la primera mujer.
Miró hacia abajo: los dedos menudos semi enterrados, venas azuladas en los empeines, las piernas tensas y el vientre trémulo de frío.
Comenzó a caminar hacia el agua, la cabeza erguida, el viento azotándole la cara y los hombros con sus cabellos.
No se detuvo, la espuma bullía entre sus muslos, una ola lamió su vientre cortándole la respiración por un momento, avanzó un poco más, otra ola, el sabor de la sal. otra ola, los pies se despegan del fondo, una brazada, otra, otra ola...
Abrió la cremallera intentando no hacer ruido, y se deslizó descalza sobre la yerba. Aún faltaba un rato para que el sol asomase sobre el acantilado más oriental de la playa.
Se soltó el pelo, buscó el Ipod en su pequeña mochila y seleccionó esa canción que últimamente le gustaba tanto. La puso en modo "repeat" aunque pensó que quizá no tuviera tiempo para escucharla una sola vez completa.
Subió el volumen a tope y vio como la mañana se desplegaba al ritmo de los místicos arpegios.
Recorrió el estrecho sendero que unía el camping con la playa. Llegó a la arena y la sintió fresca entre los dedos de los pies. A media mañana ya sería abrasadoramente insoportable.
La marea estaba bajando.
Cruzó la frontera que separa las arenas perpetuamente secas de las que habían sido bañadas por la pleamar durante la noche. El contacto húmedo la hizo estremecerse.
Corría algo de brisa. No había un alma. De todas maneras hoy no sería un buen día de playa.
Sin ningún ritual pero sin prisa, se quitó el pantalón corto de dormir y la tenue camiseta de tirantes. Finalmente, con dos ligeros tirones, se deshizo de los auriculares del Ipod y por primera vez, le alcanzó el inmisericorde rugido del mar como un puñetazo en la mandíbula.
Flaqueó por un instante y se sintió muy pequeña frente al mar. De pie, desnuda, como la primera mujer.
Miró hacia abajo: los dedos menudos semi enterrados, venas azuladas en los empeines, las piernas tensas y el vientre trémulo de frío.
Comenzó a caminar hacia el agua, la cabeza erguida, el viento azotándole la cara y los hombros con sus cabellos.
No se detuvo, la espuma bullía entre sus muslos, una ola lamió su vientre cortándole la respiración por un momento, avanzó un poco más, otra ola, el sabor de la sal. otra ola, los pies se despegan del fondo, una brazada, otra, otra ola...
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A veces, en los días nublados de finales de Agosto, él se acerca a la playa. Se adentra hasta donde las olas lamen dócilmente sus pies y mira abstraído el rompiente. En alguna ocasión, en la luz engañosa del amanecer, le parece ver un pequeño punto entre la espuma, y con un sobresalto, se aferra, por un instante, a la idea de que ella ha vuelto.