Yo nací en Madrid el 14 de marzo de 1975 en una clínica de la calle Zurbarán, o Zurbano, o una de sus adyacentes. Perdón pero no lo recuerdo muy bien, quizá fue en la calle Velazquez.
La cosa es que nací en plena zona "alta" de la ciudad, vamos, pija,pija.
No obstante, como tantas veces habrá sucedido, alguien debió cometer un error con los canastillos y terminé en una familia obrera de la calle Hernán Cortes, barrio de Maravillas, hoy conocido como Malasaña, gente humilde pero ¡honrá!
De mi más tierna infancia recuerdo más sensaciones que situaciones, aunque quisiera hacer especial hincapié en las tardes que pasaba lanzándome pasillo abajo con mi triciclo, digo pasillo abajo ya que debido a un obús que impactó sobre la casa en la guerra civil sin llegar a explotar, esta tenia cierta caída hacia la calle de la Farmacia, muy conveniente para mis primeros pinitos en el mundo de la conducción, y que me permitía tomar la curva de la cocina "en dos ruedas" como el mismísimo Ángel Nieto(finales de los setenta, hoy sería como el mismísimo Rossi).
Unos tres años y medio después nació mi hermano, -tengo una hermana mayor, pero ya hablaremos de ella cuando el relato se adentre en mi vida adulta-, aunque en un principio esta situación no era muy aprovechable; en cuanto tuvo uso de razón comenzamos a unir nuestro ingenio hasta conseguir formar una especie de guerrilla nicaragüense casi invencible y que hostigaba con ardor infatigable a primos, vecinos, compañeros de colegio y demás gente menuda. Como mi padre era en aquellos tiempos representante de varias firmas de moda, el pasillo de mi casa siempre estaba lleno de percheros y cajas de cartón de muy variados tamaños con los que nosotros construíamos nuestros fuertes y puestos de mando, siempre preparados ante cualquier actividad foránea que considerásemos hostil.
Más tarde llegaron los días de escuela. Primero en un colegio de pago de las afueras de Madrid y luego, cuando la economía doméstica comenzó a resentirse, en el colegio público mas cercano a mi casa. No menciono el nombre del colegio por no involucrar a terceros.
De las clases aproveché todo lo que me interesaba, lo que no, lo dejé allí para generaciones venideras. Allí también hice algunas amistades de diversa duración.
Una de las actividades escolares más atractivas, y a la que recurríamos con cierta frecuencia, era la de escapar del patio de recreo, meternos en una clase vacía y utilizar el mobiliario para fines mucho más divertidos que los que se les suponía en un principio: construir fortalezas con las mesas, utilizar el pulido asiento de las sillas como improvisada tabla de surf, etc. Esta cuadrilla, conocida en el barrio como "Los nuevos cuatro niños de Écija", estaba compuesta por Mario, de la calle Pelayo, Iván, de la Corredera alta, Enrique, Fuencarral 98, casi en la glorieta de Bilbao, y yo. De estos compañeros aprendí todo lo que se podía aprender sobre la vida escolar en aquellos inocentes años ochenta. Más adelante, en mi fugaz paso por el instituto, fui instruido en actividades más productivas: comercio con gafas de sol de marca, menudeo con sustancias más o menos nocivas para la salud, etcétera.
También considero a mi grupúsculo de entonces uno de los pioneros en utilizar las mesas del parque de Barceló (Jardines del Arquitecto Ribera) para sostener litronas, vasos de calimocho y demás brebajes, antes de la masificación del fenómeno del botellón.
Por aquella época decidí que nunca iría a la universidad. Todas las cosas que había aprendido hasta entonces me divertían mucho, pero observé que también me producían ciertas crisis nerviosas. Yo quería estudiar filosofía, pero cierto día escuché a un niño de larga barba blanca decir que en la facultad de filosofía se aprendía de todo menos filosofía. Finalmente desistí.
¿Continuará?
La cosa es que nací en plena zona "alta" de la ciudad, vamos, pija,pija.
No obstante, como tantas veces habrá sucedido, alguien debió cometer un error con los canastillos y terminé en una familia obrera de la calle Hernán Cortes, barrio de Maravillas, hoy conocido como Malasaña, gente humilde pero ¡honrá!
De mi más tierna infancia recuerdo más sensaciones que situaciones, aunque quisiera hacer especial hincapié en las tardes que pasaba lanzándome pasillo abajo con mi triciclo, digo pasillo abajo ya que debido a un obús que impactó sobre la casa en la guerra civil sin llegar a explotar, esta tenia cierta caída hacia la calle de la Farmacia, muy conveniente para mis primeros pinitos en el mundo de la conducción, y que me permitía tomar la curva de la cocina "en dos ruedas" como el mismísimo Ángel Nieto(finales de los setenta, hoy sería como el mismísimo Rossi).
Unos tres años y medio después nació mi hermano, -tengo una hermana mayor, pero ya hablaremos de ella cuando el relato se adentre en mi vida adulta-, aunque en un principio esta situación no era muy aprovechable; en cuanto tuvo uso de razón comenzamos a unir nuestro ingenio hasta conseguir formar una especie de guerrilla nicaragüense casi invencible y que hostigaba con ardor infatigable a primos, vecinos, compañeros de colegio y demás gente menuda. Como mi padre era en aquellos tiempos representante de varias firmas de moda, el pasillo de mi casa siempre estaba lleno de percheros y cajas de cartón de muy variados tamaños con los que nosotros construíamos nuestros fuertes y puestos de mando, siempre preparados ante cualquier actividad foránea que considerásemos hostil.
Más tarde llegaron los días de escuela. Primero en un colegio de pago de las afueras de Madrid y luego, cuando la economía doméstica comenzó a resentirse, en el colegio público mas cercano a mi casa. No menciono el nombre del colegio por no involucrar a terceros.
De las clases aproveché todo lo que me interesaba, lo que no, lo dejé allí para generaciones venideras. Allí también hice algunas amistades de diversa duración.
Una de las actividades escolares más atractivas, y a la que recurríamos con cierta frecuencia, era la de escapar del patio de recreo, meternos en una clase vacía y utilizar el mobiliario para fines mucho más divertidos que los que se les suponía en un principio: construir fortalezas con las mesas, utilizar el pulido asiento de las sillas como improvisada tabla de surf, etc. Esta cuadrilla, conocida en el barrio como "Los nuevos cuatro niños de Écija", estaba compuesta por Mario, de la calle Pelayo, Iván, de la Corredera alta, Enrique, Fuencarral 98, casi en la glorieta de Bilbao, y yo. De estos compañeros aprendí todo lo que se podía aprender sobre la vida escolar en aquellos inocentes años ochenta. Más adelante, en mi fugaz paso por el instituto, fui instruido en actividades más productivas: comercio con gafas de sol de marca, menudeo con sustancias más o menos nocivas para la salud, etcétera.
También considero a mi grupúsculo de entonces uno de los pioneros en utilizar las mesas del parque de Barceló (Jardines del Arquitecto Ribera) para sostener litronas, vasos de calimocho y demás brebajes, antes de la masificación del fenómeno del botellón.
Por aquella época decidí que nunca iría a la universidad. Todas las cosas que había aprendido hasta entonces me divertían mucho, pero observé que también me producían ciertas crisis nerviosas. Yo quería estudiar filosofía, pero cierto día escuché a un niño de larga barba blanca decir que en la facultad de filosofía se aprendía de todo menos filosofía. Finalmente desistí.
¿Continuará?
